martes, 8 de marzo de 2016

Reflexión del día

Tenemos en nuestro poder el tesoro más preciado para cualquiera. Algo que no se puede comprar con dinero, algo tan bonito como efímero: la juventud y, sin embargo, estamos muy tristes. Vivimos tiempos difíciles, o demasiado fáciles; cualquiera de nuestros abuelos daría lo que fuese por ser joven hoy en día y, a pesar de todo, estamos tristes... Quizás sea ése el problema. 
Vivimos en una época en la que todo está a nuestro alcance: el mundo nos enseña desde muy pequeños que podemos conseguir lo que nos propongamos y que ahora todo es posible (pero solo posible). Tenemos demasiados sueños rotos y aspiraciones que nunca llegamos a lograr; nos imaginamos la vida que queremos tener y, cuando crecemos, muchos nos damos cuenta que nunca llegaremos a alcanzarla. Somos la generación de la melancolía.
Nos pasamos más de una década estudiando para conseguir nuestro trabajo soñado, pero la mayoría ya ha llegado a la treintena y todavía vive con sus padres. Nos prometen que pase lo que pase, hay un alma gemela perfecta para nosotros en alguna parte del mundo: "Algún día llegará", dicen unos; los otros que "tienes que ir a buscarla", pero al final descubres que el amor es un sentimiento tan jodidamente intenso y bonito como devastador. 
Nos enseñan que el dinero no da la felicidad, pero ¿a quién pretenden engañar? Los medios de comunicación nos muestran un planeta maravilloso por descubrir, playas paradisíacas, famosos con vidas envidiables, la gloria, el éxito y nos tratan de convencer de que todo esto es real y de vendernos una idea utópica de la vida que deberíamos vivir.
Y por encima de todo esto, estamos sometido a la presión de mantener una fachada meticulosamente cuidada en nuestro perfil de Facebook. Nuestras imágenes de Instagram están llenas de idílicas puestas de sol, selfies sonrientes con unas cuantas palmeras de fondo y hasta de nuestras últimas compras en Londres, pero lo que sería verdaderamente genial es saber lo que está pasando cuando hacemos esas fotos. 
Las redes sociales nos han convertido en un vago reflejo de lo que queremos ser y no de lo que verdaderamente nos importa. Ahora juzgamos a la gente por la cantidad de seguidores que tiene y nuestro autoestima depende del número de "me gusta" que has conseguido tu última foto de perfil. ¿Alguna vez os habéis parado a pensar lo ridículo que suena todo esto? Puedo medir hasta la tristeza de la gente por la cantidad de selfies que sube al día.
Somos jóvenes, estamos tristes y no sabemos por qué. Los casos de depresión han aumentado un 15% entre los jóvenes de nuestro país en los últimos cinco años: es la epidemia del siglo XXI y no se le da la importancia que merece. Tendemos a frivolizar un estado que afecta a muchos jóvenes que ni siquiera se percatan de su situación, pero lo cierto es que somos mucho más vulnerables a los cambios en el estado de ánimo y todo nos afecta con mayor magnitud. 
No estamos hablando de tristeza, sino de algo que va mucho más allá: es la sensación de vacío e indiferencia ante todo; es cuando el miedo se apodera de ti. El miedo al fracaso, a los demás y a ti mismo. Estás solo ante algo extraño que ha penetrado en tu vida y, de repente, un día te despiertas y sientes como si tuvieses un muro encima que te impide levantarte de cama. 
Te encuentras en una habitación vacía y, por muchas cosas que introduzcas en ella, nunca conseguirás llenarla. A veces ni siquiera hay un motivo en concreto: es como si no estuviésemos hechos para este mundo y realmente no queremos conocer a nadie que lo esté.
Si te ha pasado esto alguna vez, seguro que te has sentido incomprendido. La gente no concibe que un chico de buena familia y con una vida envidiable pueda sentirse deprimido. "No sé de qué te quejas", "anímate" o "quedándote en casa no vas a conseguir nada" son frases que habrás oído en más de una ocasión en boca de familia y amigos. Ten en cuenta que solo quieren ayudarte, pero nunca te van a comprender si no han estado en la misma situación que tú. La única realidad es que solo tú puedes ayudarte: ve a un psicólogo, haz mucho deporte, practica yoga… 
Vivimos en un estado de tal comodidad que nuestro mundo se desmorona cuando aparece algo extraño y desconocido, pero hay que aceptar y acoger la tristeza de igual manera que lo haces con la alegría. Es un estado natural del ser humano y te hace crecer como persona (incluso más que cualquier cosa buena que te pueda suceder). 
Muchos de los mejores artistas de nuestra historia han explotado su tristeza de forma creativa: Frida Kahlo externalizaba sus vivencias a través de su arte a modo de terapia para sus problemas físicos y emocionales y Vincent van Gogh expresó con Campo de trigo con cuervos la cercanía de su muerte ante un cielo tempestuoso y amenazante. Debemos transformar esa tristeza en algo creativo y así aprenderemos a manejar nuestra propia mente, ya que lo mejor que podemos hacer es convertir el dolor en algo bonito. 
Queremos que nuestra historia sea idílica, no realista. No dejes de vivir, de reír ni de llorar porque, al menos, así serás el autor de tu propio fracaso. Todo -tanto lo bueno como lo malo- es pasajero; el mundo no es tan horrible y tampoco existe el mal karma: solo son cosas que pasan, así que no te tomes las cosas tan enserio porque el mundo es demasiado absurdo para intentar ser tan profundo. 

Almudena Bravo Selma


No hay comentarios:

Publicar un comentario