Tenemos
en nuestro poder el tesoro más preciado para cualquiera. Algo que no se puede
comprar con dinero, algo tan bonito como
efímero: la juventud y, sin embargo, estamos muy tristes. Vivimos tiempos
difíciles, o demasiado fáciles; cualquiera de nuestros abuelos daría lo que
fuese por ser joven hoy en día y, a pesar de todo, estamos tristes... Quizás
sea ése el problema.
Vivimos
en una época en la que todo está a nuestro alcance: el mundo nos enseña desde
muy pequeños que podemos conseguir lo que nos propongamos y que ahora todo es
posible (pero solo posible). Tenemos demasiados sueños rotos y aspiraciones que
nunca llegamos a lograr; nos imaginamos la vida que queremos tener y, cuando
crecemos, muchos nos damos cuenta que nunca llegaremos a alcanzarla. Somos la
generación de la melancolía.
Nos
pasamos más de una década estudiando para conseguir nuestro trabajo soñado,
pero la mayoría ya ha llegado a la treintena y todavía vive con sus padres. Nos
prometen que pase lo que pase, hay un alma gemela perfecta para nosotros en
alguna parte del mundo: "Algún día llegará", dicen unos; los
otros que "tienes que ir a buscarla", pero al final descubres que el
amor es un sentimiento tan jodidamente intenso y bonito como devastador.
Nos enseñan que el
dinero no da la felicidad, pero ¿a quién pretenden engañar? Los medios de
comunicación nos muestran un planeta maravilloso por descubrir, playas
paradisíacas, famosos con vidas envidiables, la gloria, el éxito y nos tratan
de convencer de que todo esto es real y de vendernos una idea utópica de la
vida que deberíamos vivir.
Y por
encima de todo esto, estamos sometido a la presión de mantener una fachada
meticulosamente cuidada en nuestro perfil de Facebook. Nuestras imágenes de
Instagram están llenas de idílicas puestas de sol, selfies sonrientes
con unas cuantas palmeras de fondo y hasta de nuestras últimas compras en
Londres, pero lo que sería verdaderamente genial es saber lo que está pasando
cuando hacemos esas fotos.
Las redes
sociales nos han convertido en un vago reflejo de lo que queremos ser y no de
lo que verdaderamente nos importa. Ahora juzgamos a la gente por la cantidad de
seguidores que tiene y nuestro autoestima depende del número de "me
gusta" que has conseguido tu última foto de perfil. ¿Alguna vez os habéis
parado a pensar lo ridículo que suena todo esto? Puedo medir hasta la tristeza
de la gente por la cantidad de selfies que
sube al día.
Somos
jóvenes, estamos tristes y no sabemos por qué. Los casos de depresión han
aumentado un 15% entre los jóvenes de nuestro país en los últimos cinco años:
es la epidemia del siglo XXI y no se le da la importancia que merece. Tendemos
a frivolizar un estado que afecta a muchos jóvenes que ni siquiera se percatan
de su situación, pero lo cierto es que somos mucho más vulnerables a los
cambios en el estado de ánimo y todo nos afecta con mayor magnitud.
No
estamos hablando de tristeza, sino de algo que va mucho más allá: es la
sensación de vacío e indiferencia ante todo; es cuando el miedo
se apodera de ti. El miedo al fracaso, a los demás y a ti mismo. Estás solo
ante algo extraño que ha penetrado en tu vida y, de repente, un día te
despiertas y sientes como si tuvieses un muro encima que te impide levantarte
de cama.
Te
encuentras en una habitación vacía y, por muchas cosas que introduzcas en ella,
nunca conseguirás llenarla. A veces ni siquiera hay un motivo en concreto: es
como si no estuviésemos hechos para este mundo y realmente no queremos conocer
a nadie que lo esté.
Si te ha
pasado esto alguna vez, seguro que te has sentido incomprendido. La gente no
concibe que un chico de buena familia y con una vida envidiable pueda sentirse
deprimido. "No sé de qué te quejas", "anímate" o
"quedándote en casa no vas a conseguir nada" son frases que habrás
oído en más de una ocasión en boca de familia y amigos. Ten en cuenta que solo quieren
ayudarte, pero nunca te van a comprender si no han estado en la misma situación
que tú. La única realidad es que solo tú puedes ayudarte: ve a un psicólogo,
haz mucho deporte, practica yoga…
Vivimos
en un estado de tal comodidad que nuestro mundo se desmorona cuando aparece
algo extraño y desconocido, pero hay que aceptar y acoger la tristeza de igual
manera que lo haces con la alegría. Es un estado natural del ser humano y te
hace crecer como persona (incluso más que cualquier cosa buena que te pueda
suceder).
Muchos de
los mejores artistas de nuestra historia han explotado su tristeza de forma
creativa: Frida Kahlo externalizaba sus vivencias a través de su arte a modo de
terapia para sus problemas físicos y emocionales y Vincent van Gogh expresó con
Campo de trigo con cuervos la cercanía de su muerte ante un cielo tempestuoso y
amenazante. Debemos transformar esa tristeza en algo creativo y así
aprenderemos a manejar nuestra propia mente, ya que lo mejor que podemos hacer
es convertir el dolor en algo bonito.
Queremos
que nuestra historia sea idílica, no realista. No dejes de vivir, de reír ni de
llorar porque, al menos, así serás el autor de tu propio fracaso. Todo -tanto
lo bueno como lo malo- es pasajero; el mundo no es tan horrible y tampoco existe
el mal karma: solo son cosas que pasan, así que no te tomes las cosas tan
enserio porque el mundo es demasiado absurdo para intentar ser tan profundo.
Almudena Bravo Selma